La tendencia mayoritaria en los últimos años de tratar de resolver los problemas de las grandes ciudades desde la tecnología (Smart Cities) ha tocado techo. Tanto las autoridades públicas que más han apostado por este camino (Seoul, Londres, NYC) como las empresas que han hecho buenos negocios con ello (CISCO, IBM ) admiten que la tecnología por si misma no puede solucionar los grandes retos socio-económicos de las ciudades. No sirve de nada crear grandes infraestructuras tecnológicas que no resuelven las necesidades sociales prioritarias de la mayoría de la población. Además las herramientas tecnológicas no funcionan si la gente nos las utiliza o las ignora.
La ciudad es verdaderamente inteligente cuando la mayoría de la población vive en buenas condiciones socio-económicas, se prestan servicios universales de calidad ( prioritariamente sanidad y educación), disminuye la tasa de pobreza, mejoran los niveles de educación, aumenta el consumo y disminuye la tasa de criminalidad.
Los motivos del fracaso de la agenda inteligente son muchos pero entre ellos destaca el hecho de que buscar soluciones técnicas a los grandes retos de las ciudades (envejecimiento, desempleo, polución) sin presupuestos gigantescos es sencillamente inviable e insostenible.
Los casos de éxito (Euskal Hiria, Medellín, Malmo) demuestran que es necesario crear movimientos de transformación urbana que permitan a las autoridades públicas, empresas privadas y a las organizaciones sociales trabajar de forma conjunta. Y es que sólo funcionan los procesos de transformación que la ciudadanía interpreta como propios.
Estos movimientos de transformación se construyen creando nuevas narrativas sobre la ciudad e identificando proyectos concretos que den credibilidad y tangibilidad a la nueva narrativa.
Las nuevas narrativas parten de los valores compartidos (cultura local) que tienen capacidad transformadora e intentan asociarse con valores positivos emergentes. La investigación etnográfica en espacios urbanos se presenta como una de las metodologías más útiles para poder identificar la narrativa existente, sus valores (cultura e identidad local) y a qué nuevos valores desearía asociarse la mayoría de la población. En definitiva, se trata de que la ciudadanía y sus redes organizadas conecten con una visión del futuro de la que deseen formar parte y que le motive a participar activamente.
Los proyectos se identifican a través de procesos de co-creación en el que deben participar los agentes públicos y privados. Deben atender a los problemas que la ciudadanía considera los más prioritarios y normalmente están conectados con las fortalezas de la ciudad (especialización inteligente). En la actualidad existen multitud de organizaciones y empresas que se dedica a identificar, prototipar y escalar estos proyectos pero de forma desconectada de las narrativas de transformación.
En mi opinión, la conexión entre la construcción de la narrativa y los proyectos, es la clave para la configuración de un movimiento de transformación urbana.